lunes, 25 de julio de 2011

Diario de un chichifo ilustrado


"...De cualquier manera uno de esos días Josué se arregló, se puso un blazer negro, largo, casi hasta las rodillas, una bufanda blanca y salió a trabajar, las avenidas del centro estaban vacías. En Insurgentes y Paseo de la Reforma los anuncios danzaban un ritual siniestro, pocas personas caminaban por ahí, en la Alameda se habían instalado puestos de comida que acompañaban los altares de muertos que resguardaban sus entusiastas devotos, una mezcla de folclore urbano y tradiciones prehispánicas promovidas por el gobierno de la ciudad, donde el ponche de ciruela y la marihuana se consumían entre los prados y pasillos, entre la bruma y el humo del copal de los anafres con carbón. Se adentró unos metros en la Alameda Central y se detuvo en el puesto donde una anciana vendía buñuelos con miel y café con canela, miró al cielo, estaba extrañamente rojizo, comió su buñuelo y sorbía tragos al jarro con café; volvió a mirar al cielo que en momentos lo cautivó, de pronto creyó mirar a Pancho tras los árboles, pero no había nadie, tal vez el café con canela y tequila le ocasionaban alucinaciones. Después ya cansado llegó hasta uno de los lugares donde solía trabajar, había pocos prostitutas y buscones merodeando, unos cuantos autos se acercaban a él, abrían la ventanilla y se retiraban. Volvieron los mismas pensamientos, creyó que su atractivo había aminorado y ya a casi a nadie convencía y ahí permaneció dando vueltas lentamente entre los aparadores de las tiendas cerradas tratando de controlar el frío; cuando ya había transcurrido casi dos horas se aproximó un volkswagen Blanco, un hombre calvo acercándose a la ventanilla le preguntó su precio, él sonriente y queriendo mostrar un semblante de frescura contestó: —Mil pesos por una hora. —Que sean dos horas, ¿cómo vez? —sugirió el señor gordo y de bigote recortado. Josué de antemano tenía la respuesta, no podía estar ahí todo el tiempo en ese clima tan hostil y a esa hora casi cualquier oferta era buena, sabía bien que las circunstancias no le favorecían, además había aprendido a ser flexible en cuanto a su precio, pues también dependía de la capacidad económica del cliente. —Ok, está bien —le respondió. —¿Y haces de todo? —aún le cuestionó el viejo. Josué asintió resignado con la cabeza y subió al automóvil. Esa pregunta se la hacían frecuentemente. En seguida el sujeto empezó a tocarlo. —Vaya que estás bien dotado! ¿por eso cobras tan caro? Con una sonrisa sarcástica Josué le respondió. —La crisis está peor, por lo general cobro dos mil pesos. El carro dio vuelta en la avenida Cuauhtémoc rumbo al sur y se perdió por las calles de la colonia Doctores donde abundaban los hoteluchos. Había pasado un par de horas y aquel viejo de nombre Ignacio Saldivar, le pidió que se quedara con él toda la noche, que le daría 500 pesos extra y además lo invitaría a desayunar por la mañana. Josué accedió quizás porque estaba muy cansado o tal vez porque sintió lástima por aquel sujeto o por él mismo en ese ambiente de penumbras, sórdido. Con el reflejo de una luz neón parpadeante que se reflejaba en la pequeña ventana del cuarto, entonces se dedicó a escuchar al viejo que lo mantenía delicadamente abrazado; entre las horas y sueños supo que era mecánico automotriz. Nacho desde muy joven trabajó como taxista y después puso su propio taller al que le debía todo, pues le había dado de comer a su familia así como estudios a sus hijos, tres de ellos casados, uno que residía en Estados Unidos y poco sabían de él y la más chica estaba por terminar la carrera de medicina en la UNAM; con aquellas confesiones y con la verdosa luz intermitente en sus párpados se quedó profundamente dormido mientras el viejo seguía hablándole de sus éxitos..."

Extracto de: Diario de un chichifo ilustrado
Autor: HUGO VILLALOBOS
Editorial: DISTRIBUCIONES FONTAMARA
País: MÉXICO
Disponible en nuestra librería: $200.00

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