“…la imagen de Hansi me fascinaba. Recuerdo que, furtivamente, en el fiacre, me miró riendo (no pensaba que yo la vería). Y estaba entonces tan bella que, al pensar en esto, quería que siempre se burlara de mí. Que hiciera de mí lo que leí en un libro pornográfico. Un esclavo apaleado, gozoso de los golpes, feliz de su esclavitud. Oí la llave en la puerta. Hansi corrió sin aliento. —Te hice esperar —dijo—. Mira. No he dormido. Con un látigo en la mano, los cabellos rojos bajo un brillante sombrero de copa y vestida de negro como amazona, Hansi no sólo era fascinante. Era la encarnación de la obsesión que un rato antes me había domado. ¡Como si me adivinara, riente, traviesa. aferró mis puños! —Mi traje te trastorna. Lo amo y me agrada usarlo. Pero no veas en él,e1 uniforme de mis vicios. Soy voluptuosa y ardo en demostrártelo, aunque (señalaba el látigo) no me gusta usarlo. ¿Te decepciono? El ruido que hace es tan bonito... Yo tenía la cara triste y silbó el látigo. Riente, me amenazó con la firmeza de la domadora que reta a la bestia y avanzó hacia mí. - ¡A mis pies! —gritó—. Mira mis botas. Abandonó su bravata. Estalló de risa. Se levantó el vestido para mostrarme sus botas relucientes de barniz. Hizo carantoñas. —No eres dócil. ¡Qué lástima! Y voy a decirte que, mientras las traiga puestas, no te voy a dar oportunidad para que las beses. No sirven para nada. Y, ahora, dime por qué estás triste. ¿Lamentas? Hablaba sola. Traía el diablo. Volvió a tomar el látigo y restalló la trecha, agudamente. — ¿Sabes qué me puso con este humor? Al entrar me dije: le pertenezco y él me pertenece. ¿Quieres que me quite todo? ¿Prefieres que conserve mi sombrero?, ¿mis botas? Yo quisiera no hacer sino lo que tú quieres. ¿Quieres, tú, el látigo? ¿Quieres golpearme hasta la muerte? Eso no me agrada. Sólo me gusta ser tuya, ser tu juguete. Ya veo que estás triste, pero yo estoy loca de alegría. Yo ya no podía más con la lentitud del coche y con haber tenido la idea de ir al bosque porque no podía dormir. Nunca he sufrido de amor, jamás he amado, pero deliré a causa de las horas que me separaban de ti, todo el tiempo. ¿Por qué te pedí ayer que me dejaras? —Sí, Hansi, sí, ¿por qué me pediste que te dejara? —Yo quería saber, Pedro. Estaba loca. Quería encontrarme a solas. Pedro: ¿si nunca hubiera noche sabrías lo que es el día? Pero, en la noche, Pedro, mientras esperaba el día, la espera llegó a ser espantosa. Yo me había quedado taciturno. Sordo a los gemidos de Hansi, aunque me sentía desdichado de estar sordo y no abrirle mis brazos. Creo que ella tuvo que comprenderme. Súbitamente, gritó: —Lo había olvidado, Pedro. Pensaba en…”
Extracto de: Mi Madre
Autor: George Bataille
Editorial: Fontamara
México 2007
Disponible en nuestra librería: $125.00
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