"Aguella noche, Maurice se acostó como siempre. Pero cuando apoyó la cabeza en la almohada, un torrente de lagrimas se derramo sobre ella. Estaba horrorizado. ¡Un hombre llorando! Fetherstonhaugh podria oirle. Ahogó sus sollozos tapandose con la sabana, despues alzó la cabeza y comenzó a golpear con ella la pared, aplastando el yeso. Alguien subia las escaleras. Se detuvo inmediatamente y no prosiguió cuando los pasos se apagaron. Encendiendo una lampara, miró con sorpresa su pijama roto y sus miembros temblorosos. Continuó llorando, pues no podia detener las lagrimas, pero el impulso suicida habia pasado, y arregló la cama y se tendió. Cuando abrió los ojos su criado arreglaba los destrozos. Le pareció extraño a Maurice que hubiese penetrado alli un criado. Se preguntó si sospecharia Algo, después se durmió de nuevo. Al despertar por segunda vez, vio cartas en el suelo. Una de su abuelo, el viejo señor Grace, que le hablaba de una fiesta que se celebrarla cuando Maurice llegase a la mayoría de edad. Otra, de la mujer de un profesor convidándole a comer («El señor Durham vendrá también, así que no te dará vergüenza»), otra de Ada, que hablaba de Gladys Olcott. Y otra vez más se quedó dormido. La locura no es para todos, pero Maurice conoció el rayo que dispersa las nubes. La tormenta no había durado tres días como él suponía, sino que había estado fraguándose durante seis años. Se había preparado. en las oscuridades del ser, donde ningún ojo atisba, y el medio ambiente en que había vivido la había alimentado. Había estallado y él no había muerto. La claridad del día le rodeaba, estaba en pie sobre las cumbres que ensombrecen la juventud, y vio. La mayor parte del día permaneció sentado con los ojos cerrados, como si escrutase el valle que había abandonado. Era todo tan simple ahora. Había mentido. Lo formuló en una frase: «Se había alimentado de mentiras», pero las mentiras son el alimento natural de la niñez, y las había devorado con avidez. Su primera resolución fue ser más cuidadoso en el futuro. Viviría con rectitud, no porque importase a nadie ya, sino por la rectitud misma. No volvería a mentirse así. No pretendería —y ésta era la prueba— preocuparse por las mujeres, cuando el único sexo que le atraía era el suyo propio. Amaba a los hombres y siempre los había amado. Ansiaba abrazarlos, mezclar con el de ellos su ser. Ahora que había perdido al hombre que correspondía a su amor, admitía aquello."
Extracto de: Maurice
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